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¿Qué es escribujaciones?

Describir es escribir pero con una “D” al principio, como si la forma de comunicar sobre alguien o algo es y solo es escribiendo. Describir también puede ser descubrir, sacando aquello que lo cubre, revelando qué estamos d-escribiendo. Pero no hay homólogo para dibujar aunque sí puede pensarse en ilustrar. Por ejemplo, cuando alguien conoce un tema y lo expone ante otrxs se dice que “ilustró” pero no que dibujó y sin embargo el dibujo tiene la magia de poder romper con la taxatividad o las cadenas de las palabras que conocemos. Tal como si la expansión de los márgenes de nuestro universo consciente pudiera darse con trazos, con tintas que rebalsan el vaso de nuestro diccionario y salga a mares inundando la comodidad en que nos encontramos. Hay palabras, escritos que pueden interpelarnos, conmovernos, emocionarnos y generarnos un sinnúmero de sentimientos, reacciones, recuerdos pero hay otra emotividad, esa que reconocemos en imagen o que no la conocemos pero nos sorprende. El dibujo de una rosa o de un niño triste puede reemplazar la cantidad de palabras que querramos aunque no seamos grandes escritores. Y las palabras sobre esa misma rosa o mismo niño triste pueden generarnos la cantidad de imágenes o dibujos que seamos capaces de imaginar aunque no sepamos de técnicas de dibujo. Las escribujaciones juegan entre esos mundos, dan vueltas, las letras unidas y enlazadas en las palabras seducen los trazos que se alzan en el lienzo y esos trazos abrazan y juegan con cada verso, oración, le agrandan el significado, se lo cambian, lo disminuyen. Los dibujos y los escritos se reinventan, hacen vida y cambian ante cada mirada. No hay ninguna convención que conozca sobre escribujaciones pero esta podría ser una definición que no finaliza, una definición que se construye, deconstruye y reconstruye también con cada nueva escribujación. 

Somos Leandro Mazza y Bárbara Briguez, juntos en  mezclamos nuestros colores, letras y pinceles para dar vida a estas Escribujaciones Vivientes. Podes seguirnos en nuestro Instagram @escribujaciones

 

Sinetikéticas

Hoy me desperté y algo me picaba en la frente, en los antebrazos y en la espalda; aunque ahí no llegaba a rascarme bien. Primero pensé en mosquitos, en pulgas o en pellizcos de duendes. Puesto de pie, veo un reflejo en el espejo y paso un paño húmedo sobre el vidrio porque parecía sucio. Refriego y refriego, escucho el chirrido, pero las manchas seguían y no estaban allí si no que eran las etiquetas adheridas como otras formas de heridas. Ahí recién entendí qué era lo que me picaba y causaba tanta molestia, el pegamento parecía hacerse cada vez más fuerte. 

Igual salí a la calle y me encontré con mucha gente así, etiquetada y también con gente etiquetadora. Rótulos como los que se encuentran en las góndolas de los supermercados: autista, gordito, hiperactiva, no se adapta, es lento, trastorno del lenguaje, distraído, tímida. 

A pocas sesiones del alta, creyeron que había llevado por mucho tiempo la etiqueta pero no se salía, no se despegaba fácilmente y yo no me desplegaba. Al contrario, daba la sensación de haberse fundido con la piel. Parecía esos frascos de mermelada vacíos que bajo el chorro de agua quedan con trozos de papel mojado. 

 

 

A mar, gestar

Se utiliza la palabra gesta para hechos importantísimos, nucleares, gestas históricas, patrias. Se gesta individuos en vientres donde a manera de versos su explicación puede, entre tantas otras, ser la siguiente:

 

Dos corazones laten sincopados por ritmos vitales,

en claro de luna marea en movimiento,

el ciclo de luna nueva, panza llena y niñez crec(s)iente.

Se acunan las olas, se acuña la vida,

aferrado a una liana que nace del tronco, la madre

ofrenda de flores regala el gesto de amor.

Deseo entrelazado de cabeza a pies, 

del corazón hacia todo. 

 

No importa si pensamos en repollo, si soñamos con cigüeñas desde París. No podemos recordarlo en palabras, la memoria de nacer queda en un registro tan interno que no lo vemos. Podemos sentirlo en la piel, en sensaciones, recuerdos de infancia, de vivencias, en abrazos sinceros y en asombros, sorpresas, en la incertidumbre profunda de un mundo que se nos abre como incógnita y donde podemos como elección recibir y dar amor en gesto, amar es gestar, gestar es amar. 

 

 


 

Chancho va… y viene

Dedicado a las esculturas con chizitos y palitos de nuestra infancia 

y a les niñes que fuimos 

y que aún quieren seguir jugando

 

El chancho huele, va y viene estático, amurado. Porco Rosso de Miyazaki o el Porco Rex del Indio Solari no se le comparan en bravura ni siquiera en el largo de su retorcida cola tirabuzón. Este chancho huele, huele a queso, a fritura refrita, grasoso, jamón del diablo intenso, amarillo apelmasado. Erguido sobre quebradizas patas de maíz, encastradas en el rechoncho cilindro como un Kent obeso articulado que añora fantasías. En la intemperie se va secando, sin salivas de dientes de leche que humedezcan su cuero limón o restos de agua derramada en la mesa que al menos mojen sus patas como en un chiquero de salón de fiestas infantiles. Parado, inmóvil, sobre un deslucido mantel de plástico lleno de pliegues, descentrado, un triste Power Ranger vela por que el ambiente esté a salvo de raspones y llantos pero no puede salir de ahí, subsiste estampado. 

Al lado del totémico marrano queda un vaso de plástico, transparente, con el borde tallado por dientes que necesitaban de urgente corrección, cruzados, superpuestos, mordedura errática como el presente alguna vez; imaginada distopía con algún virus vuelto pandemia. En el interior del vaso flotaban sobre la gaseosa sin gas restos de papas fritas que hinchadas de líquido y gas expelían manchas de aceites cual derrame petrolero en medio del mar. 

En forma progresiva los cumpleaños vuelven a celebrarse, el chancho se deshace en la boca enjuagada, desmoronado feliz en el masticar de la niña agasajada que aun juega con la comida. 

@macas

La hamaca se mece y estremece,

estando sola el viento la zarandea,

empuja con su este y oeste; 

hasta la propia hamaca se impulsa.

 

La silla disfruta en soledad de la noche,

del canto en coro de unos grillos despiertos;

bamboleo de cadenas como caderas de metal

que cuando baja rápido hasta el aire se corta y sigue.

 

Pero sin reparo durante la lluvia escurre,

formado el charco de arena mojada marrón,

siente el peso de las gotas como un llanto,

siente cada eslabón convertido en lágrimas.

 

Amanece; la calidez seca y sostiene

queda la bruma del vapor,

llega la tarde y hace a un niño feliz,

ama en movimiento, sus cadenas no lo atan, 

lo sujetan.

El juego de la Oca

Levanta y sopla la caja, el polvo que vuela la hace estornudar una o dos veces. El cartón de los bordes un poco agrietados atestiguan los usos. “El juego de la Oca ya empezó” se dice por dentro aunque no sea el mismo juego que el de tablero. Mientras abre la caja, las piezas hacen ruido y la invitan a jugar. Poco a poco va ingresando al juego, se mete dentro junto a sus amigas y amigos que la esperan. Son fichas vivientes que se mueven por sí solas, no necesitan de una mano que las empuje ni fuerce, fluyen con el juego, crecen. Avanzan y saltan; dos, tres, cuatro casilleros mientras arrojan dados y suman los puntitos de las caras superiores. No siempre van hacia adelante, algunas veces retroceden pero saben que eso es parte del camino para llegar a la meta y por momentos se preguntan si lo que de verdad importa es el caminito que hacen. Hay muchos recorridos, se cruzan, se entremezclan de casilla en casilla pero no quedan encasillados. Perderse, como ocurre cuando se da vueltas y vueltas en un laberinto también es ganar; si no preguntémosle a Alicia. Esperan un poco, pausa para seguir. La chocolatada sobre la mesa enfría las tazas de arcoíris mientras desean que el juego nunca se acabe o si se termina volver a empezar.

 

Te lo digo en serie

No es una afrenta al lenguaje inclusivo, no lo digo en serio, lo digo en serie. Clank, clonk, los ruidos de cadena en cadena. El metal, botones, palancas, placas, plaquetas, transistores, arriba, abajo. Movimientos preordenados para resultados iguales, el espacio cuadrado para la respuesta. El coro de niños con un mismo tono, el uniforme, el grito de la moda que no es grito. 

La manufactura no es solo una zapatilla en el estante. 

Llegan los primeros años, los martillazos de libros, biblias, chirlos, retos, diagnósticos, moldean cualquier imperfección para el ojo manufacturero clínico, religioso, educativo o parental. Que eso no se dice, hace o toca, a lo Serrat, o a lo cerrad esa es la norma, cerrad cualquier ventana que permita ver más allá o más acá, en verdad cerrad y cercad ver más. 

Entran a la cinta transportadora niñas, niños, niñes con un juguete entre sus manos, con la imaginación intacta de pájaros volando sobre sus cabezas, revoloteando, no dando riendas sueltas porque no había ataduras. Las riendas vienen con la etiqueta puesta por pinzas que hacen lo mismo una y otra vez, con el código de barras, con el código QR marcado a fuego. Con el calor de las palabras que marcan como quemaduras: autismo, tea, tel, toc, tod. Simpático, como si hablar en siglas suavizara la fatalidad del diagnóstico y lo que viene con él, los tratamientos, muchas veces maltratamientos que omiten prácticas del buen trato, que omiten la humanidad. Serruchar los bordes que salgan del cuadrado, como ligustrinas prolijamente recortadas por jardineros de la medicina, de las ciencias sociales o simplemente adultes. Entran niñas, niños, niñes con afectos, singulares y con muchas formas de sentir pero se les vende a sus adultos responsables kits de emociones en combo, los juegos de marca. Se les indica que desechen las cajas, que ya esos cartones no pueden ser automóviles, barcos, naves espaciales o castillos porque los diccionarios dicen que así no son. 

 
 
 

La grasa de las capitales

“Hubo un tiempo que fue hermoso”, arte plástica, música, escritura o cualquier imaginación. Libres de verdad, a través de un caleidoscopio las sensaciones se adueñaban del mundo a nuestro alrededor. En vez de decir que era la una y media de la tarde, era la magenta y naranja; cada momento podía sentirse distinto, el reloj era paletas de colores. En ese reloj, que mide y atraviesa el tiempo desde el corazón, las manecillas podían ser un lápiz, un pincel o un palillo de batería. Un reloj vivo, nutrido desde la experiencia, un reloj de pajaritos vivarachos y no de cucús tiesos. 

Sobre el pelo llovido, largo, eléctrico, con frizz, se entremezclaban notas musicales. Cada mechón era una línea del pentagrama y sobre esos mechones azabaches resonaban las corcheas, las blancas, las negras, en múltiples tonos y compases. Cuando ya se aburría de la misma canción, sacudía su cabeza y se formaban nuevas melodías sincopadas o copadas dependiendo de quién la escuchaba. Su espada invencible era una clave de sol que no podía dejar de llevar consigo, era tan suya como sus manos o sus pies. Había también quien, enchastrada su ropa con la más variada gama de colores, jugaba a pintar el mundo, a crear para visualizar; jugar a romper con lo que viene dado. Dibujar aquello que vemos al cerrar los ojos y al abrir el corazón.  Como un gorrito de lana tejido a mano el lienzo se extendía en su cabeza y a todos lados cargaba pincel, óleos y lápices.

Pero empezaba a sonar otro reloj con otros tiempos, mecánicos, monotónos, constantes, sin pausa, con prisa. Un reloj que solo marcaba el tiempo como dinero que se ganaba o dinero que se perdía pero en realidad ganase o perdiese, se perdía otra cosa. En el proceso de automatizarse se perdían tonalidades, la pinza de la cinta transportadora quitaba de las manos los lápices o pinceles y les encajaba una cartera o un maletín negro, de cuero, formal. Al mismo tiempo, un billete con la cara de Benjamin Franklin o de un animal autóctono convertido en papel de intercambio se le adosaba a los ojos que ya no veían como veían antes. 

El fin de la cinta, la última parada, el último proceso es el uniforme de trabajo, el traje o trajecito gris, las medias con rombos, la prolijidad, el no llegar tarde ¿a qué?, los zapatos incómodos, los tacos, las fotocopias. Terminar como fotocopias, que generan ingresos en papeles fotocopiados para apenas vivir con comida, con un techo para dormir, vacaciones una o dos veces al año y para darse el tiempo necesario para otra vez volver al trabajo, con suerte, con mucha suerte comprar objetos o actividades que intenten tapar el hueco que dejaron los colores, la música. El hueco que dejó aquella felicidad divertida, aquellas noches de sueños despreocupados, aquellas comidas sin acidez, aquella vida sin contracturas ni ataduras.  


  
 

Superhéroes y princesas 

En la cadena de montaje entra el bebé, con sus bracitos, piernitas, cachetitos regordetes y se lo desarma y viste como en una fábrica de Hong Kong o de Aldo Bonzi. Nacemos, vivas y vivos con la libertad del llanto; ingresamos o nos hacen entrar a un mundo de aparentemente iguales para salir en serie, no en serio ni contentas o contentos, simplemente en serie. Varón, mujer, mujer, varón. Celeste, rosa, rosa, celeste. A lo sumo un amarillo que parezca políticamente correcto pero futbolista o gimnasta. 

Que lleve una capa de superhéroe si es varón, que juegue con una espada, con autitos pero cuidado con que quiera acercarse a la cocina o a objetos de la cosmética. ¡Qué graciosa la nena pintada con lápiz labial rojo!, saquémosle una foto haciendo ojitos. Pero se le grita ¿Ricardito, qué hacés? Sacate ya eso de la cara, y ni se te ocurra llorar, no seas maricón cuando el chico solo quería jugar. A ver la nena como juega con las muñecas, las princesas con coronita en la cabeza no se ensucian, no corren, esperan a su príncipe azul. Y por si ese príncipe azul no llega que se entretenga con la escobita de juguete pero ojo, que no la use para volar o como si fuese un caballito, que se acostumbre a barrer. Ah, y si todavía tiene edad para jugar con muñecas, porque hay una edad, una edad que se marca vaya uno a saber por qué, que no se la preste a los varones porque rompen todo, los nenes no juegan con muñecas, para eso están los soldaditos. 

No solo los soldaditos o las muñecas están marcados y marcadas para nene o para nena, eso ya los prepara para amoldarse a una sociedad en donde los roles también están preseleccionados de antemano, esto sí, esto no. A futuro, el asignado niño obligado a la pelota puede ser un padre abandónico o que no conecte con la paternidad por haber sido alejado de cualquier bebote o muñeca que no sea para pelear o tirar rayos X. Una mujer que no jugó con autitos cuando era chica puede tener complicado tomar el control de decisiones en su propia vida. Probablemente vea como correcto pedir permiso a otro sustituto paterno, a su príncipe azul, para consultar qué opción tomar; preguntarle a alguien en donde crea que está el saber que ella no tiene para elegir un auto, un trabajo o su mismísima propia vida. 

Y las infancias no son solo nene o nena, hay niñes, niños y niñas dejados fuera del territorio del jugar según como se les identifique, no importa que siente o si se le está forzando con un nombre que les provoca sufrimiento o con juguetes que no disfruta. Ya va a crecer y va a ser normal, la vida es dura, es así, acostumbráte a ser varón o a ser mujer. 

Retornando a los primeros meses, provechos, provechitos, ¿a quién se parece?, no hacer ruido porque está durmiendo, ¿cuándo traerá el primer novio la bebé o la primera novia el bebé? Todavía no hablan, apenas balbucean más que llantos pero se les afirma y reafirma con una firma poderosa que no serán homosexuales, que no elegirán libremente qué sentir. Vuelve el mismo color, celeste o rosa. Vuelve la no bandera de colores, el arcoíris monocromático, lo binario, los unos y los ceros. 

 

Tiempo de maduración

"Que madurar no es quemar etapas". Transitar a pie, en colectivo o en tren puede conllevar accidentes tan dolorosos como dolosos. Politrauma atendido en hospital pediátrico de urgencia para que el hueso suelde en un lugar rígido donde quedará anudado un callo que pretende callar, anulación de voz. Ordenada quietud y mudez en sala de enfermería poco saludable. 

Con el tiempo, el cuerpo crece a la vez que cruje esa unión artificial sellada por fuera pero cruda por dentro. La crudez de los episodios salaron el flujo de sangre deteniendo la carne sin poder parar el río Nilo de sentimientos. Acallar la piel no era tan simple como el ruido desde la garganta, escuchar como suena el río visto calmo no proviene del agua sino de piedras y movimientos internos, intestinales. No hay masdurez apacible, por querer más durar no se madura. Es transformarse aprendiendo a jugar con compromiso porque para crecer no se requiere formatear la niñez. 

 
 

10.000 piezas en viaje al infinito

 

Este rompecabezas de 4 piezas encastra de un solo modo. Castra creación por copia, alcanzar la foto del manual, tan estático el juego que más que juego es imperio de la mecánica y repetición. Por más colores y giros que se le dé, en una vuelta se detiene y se une a 3 formas recortadas que le frenarán el paso hacia cualquier otro lugar de la mesa. Una tarde, creo que durante un cumpleaños, a la piecita asignada a la esquina inferior derecha de los 4 samurais en plena batalla le salieron dos piernas y brazos. La cabeza ya la tenía pues ese lado iba adosado a otra pieza. Un adulto que alguna vez fue pieza y que no quería que formara parte de ese ni de muchos rompecabezas más lo ayudó a recordar que antes de entrar a la caja con el manual de instrucciones, había sido y sigue siendo un niño. Que quienes le decían que no encajaban lo hacían inmutable desde un rompecabezas resuelto, a libro cerrado, colgado en la pared. Que, como niño, podía ir de aquí para allá y hacer casitas con naipes, compartiendo con otros niños y niñas. Las piezas que ya no eran piezas siguieron jugando y descubrieron que también podían volar al lado de un avión y llegar a la luna arriba de una alfombra mágica. Sin darse cuenta, como piezas rebeldes, estaban experimentando y creando la comunidad de la infancia.   

 
 

Claro de luna

Rodeada de oscuridad, sin linternas ni cerillas, el haz de vida se cuela con cara de lápiz desde la cartuchera y revolotea en dirección a su mano izquierda. Con la fuerza de los gritos que atravesaban la puerta, poco a poco se transformaron. Los destellos dibujados comienzan a alumbrar antes de que amanezca, en ese espacio conocido por búhos entre la madrugada y la mañana. La hoja devino en un astro poderoso y el lápiz en miles de watts capaces de iluminar hasta a la sombra más oscura. La pequeña gran creadora convertida en hacedora hechicera de un universo sin igual. ¿Quién dice que la magia no existe?

 

 

 

MeteoroNologías

 

Expertos en calcular sorpresas anulan la capacidad de asombro que pronosticaron para esta semana. Para mañana la lluvia imprevisible terminará por secar el paraguas de novedades. De pronto, en el radar, se avecina el ciclón que llevará al océano los sueños de esperanzas extraviadas por los pizarrones de escuelas normalizadoras. 

Desde la estación Meteoro No Lógica se propone jugar y divertirse para resistir con sobresaltos las inclemencias climáticas. Si el arcoiris tarda en salir, solo hay que continuar mezclando colores y calores. Por último, abrir la ventana para que entre la brisa y salga la risa. 

 

 

 

Mensaje de palomas

Dos ejemplares, distinguidas palomas comunes se encontraron como casi todas las mañanas en un árbol cercano al elefante Alfonsito en el sector H del zoológico. Cargando piojines entre sus plumas tarareaban desde sus buches la dicha de no haber abonado el pack de entradas y comidas que se le exige a cada familia de ingresantes para pasar el día mirando tristes especímenes enjaulados. -¡Como si su vida ya no estuviese llena de jaulas!-, reflexionaron las palomas acicalándose. Caminaban con sigilo por entre las zapatillas y sandalias de las personas moviendo su cuello con esa forma tan característica palomesca, hacia adelante y hacia atrás, con gracia o elegancia si formasen parte de una fábula. Las dos estaban a la espera de recibir migas de pan que algún niño o niña dejara caer mientras veía pingüinos desde los 30 grados centígrados que hacían al otro lado del vidrio; el pingüino Aurelio musicalizó: “creo que he visto un alúd al otro lado del vidrio” pero lo olvidó enseguida cuando llegó otro balde con anchoas semicongeladas. Terminó la visita alrededor de las 17.30 y la misma niña ahora parada detrás de la jaula de unos monos de Borneo con la nariz alargada, los Pinochos primates, respondió muy segura cuando le preguntaron qué animal le había gustado más: -Las palomas porque son las únicas libres-. Quienes estaban a su alrededor no la entendieron y cerraron cuidadosamente las puertas de sus jaulitas sin hacer mucho ruido y esperando por la próxima salida.

 

 

 

Un árbol dinstinto 

 

No sobra una "N" en el título, todo lo contrario porque la historia relatada es la de un árbol distinto por seguir a su instinto. Nació de una semilla plantada en tierra, como cualquier otro árbol. Crecía pero había algo que no comprendía. Sabía que la poda en los demás era en las hojas y ramas pero a él le cortaban las raíces. Se preguntaba cómo iba a vivir sin ellas, si se iba a terminar secando, si alguna vez podría llegar a dar frutos. Encontró que pese a la poda, sobrevivía. Que estaba estancado, que le costaba crecer mucho más que al resto. Una noche abandonó la maceta en donde el dolor lo había encerrado esos primeros años. Halló tierra extensa y fértil para conocer otra flora, el borde de la maceta ya no le tapaba el bosque. Ahí se dió cuenta de que a las raíces no se las puede cortar de raíz, dejó de sobrevivir para comenzar a vivir. Floreció su instinto… se animó a lo distinto. 

 

 

 

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